lunes, 8 de febrero de 2010

No importa la moneda, sino la buena voluntad.

-No importa la moneda, sino la buena voluntad.- Lloraba la voz de un mendigo que se acurrucaba sobre la acera y que sobre su mano reposaba un pequeño y cutre vaso de unicel. Lo vi y decidí regresar a mi auto para asegurarme de haber puesto los seguros debidos, no es que fuera un auto ostentoso, pero estos vagos jamás me han brindado confianza. Pasé frente a él, arrojé algunas monedas que me sobraban y seguí mi camino hacia el restaurante al que solíamos asistir el primer sábado del mes algunos compañeros de la empresa y yo. Al entrar noté que contábamos con una presencia que no me alegraba precisamente, mi jefe, ese repulsivo dictador al que había debido soportar los últimos cuatro años de mi vida. Me dirigí hacia la mesa y me encontré con la no grata sorpresa de que mi jefe me había reservado un lugar junto a él (vaya alegría). Ordené un rico fettuccini y, tras terminar el platillo, el jefe ordenó un vino importado, lo cual me sorprendió, pues el jefe no es precisamente generoso.

–Estamos festejando.- Aseveró.

-¿Y qué celebramos? ¿Cumple años? ¿Se nos casa? - Pregunté con cierto cinismo que el jefe decidió pasar por alto.

-Celebramos tu ascenso, ¡Eres el nuevo vicepresidente de la empresa! ¡Salud!

La noticia me sorprendió realmente, lo intenté asimilar por unos instantes y decidí vomitar un discurso que bien lo habría podido dar un político cualquiera y tras ello nos retiramos del restaurante. Eran más o menos las cuatro de la tarde y decidí acudir al malecón a dar una caminata.

Mientras los pequeños jugaban a ser mayores, los viejos rememoraban sus aventuras y los jóvenes demostraban su querer sin tapujos, yo en cambio caminaba, caminaba sin rumbo fijo, hundido en mi pensamiento, celebrando mi reciente victoria, después de todo había luchado por aquel día con la elocuencia por bandera, había pisoteado a algunos cuantos, pero ya no importaba, finalmente era yo el vicepresidente y nadie más, siguiente paso…la presidencia, el jefe besaría mis pies dentro de poco. Me senté en una banca frente al rompeolas y encendí mi iPod, mientras disfrutaba de la vista y una buen álbum, advertí que un hombre se acercaba hacia donde me encontraba, caminaba sin vacilar y ya a una distancia no menor a cinco metros me dí cuenta de que era el mendigo de hacía un rato.

-¿Te parece divertido?- Espetó el hombre con mucho rencor mientras se acercaba más y más a mí.

Con un poco de confusión e ironía pregunté: ¿Qué cosa?

-¿Te parece divertido?- Volvió a preguntar el hombre.

Yo realmente no comprendía, apenas y lo había visto unas horas atrás y hasta donde alcanzaba a comprender no había hecho mofa alguna sobre él, ¿Habría sido muy tacaño en mi limosna?

-¿A qué te refieres? Creo que no nos conocemos…

-Por supuesto que sí, incluso mejor de lo que podrías imaginar…

Su mirada infestada en sarcasmo me ponía fuera de mí, empezaba a asustarme, esas historias de psicópatas asesinos que solía leer en mis tiempos libres parecían tomar vida frente a mis ojos.

-…¿Acaso crees que esa horrible corbata te hace superior a mí? ¿Crees que ese Armani te da el derecho de dirigir tu mirar hacia abajo para así comprender que respiro, que sangro y que como al igual que lo haces tú? ¿Por qué me acusas con el pensamiento? ¡No eres más que ese Armani! ¡No lo eres! ¡Tu angustia es infinitamente superior a la mía! Buscas el placer en lo material, en lo físico, en lo tangible ¡Qué asco me das!…

Cada palabra suya hacía eco en lo profundo, me apuñalaba y derrotaba una y otra vez, mi monstruo moría, lo asesinaban sus palabras, lo masacraban y humillaban.

-…es jodido ¿No? ¿Qué me dices? ¿He tocado fibras sensibles? ¡Lo sospechaba! Tu alma es débil, tu ceguera es inmensa, te arrastras sin pensar hacia el abismo, eres esa carne que se pudre y apila en los mataderos. ¿Sabes? En esta selva el lince miente con la misma furia y desprecio con que la serpiente lo hace, llora el jaguar y llora la oveja, y nada, nada de esto es digno de mis ojos.

-¿P-p-p-pero quién eres tu? ¿Quién eres tú para venir acá y blasfemar sobre mí? No sabes nada sobre mí ¡Nada!

-Soy Dios si lo deseas… ¡Soy tú si lo deseas! ¡Somos uno! ¡Aprende a pensar! ¡Aprende a morir! ¡Que muera lo superfluo!

Este hombre había logrado sacarme totalmente de quicio, mi pensamiento era suyo, mi razón se diluía segundo a segundo en su locura, no soportaba más aquella situación, sin pensar arremetí contra él, con un golpe certero partí en dos su nariz, luego vinieron otros más, en las costillas, en el hígado, en el rostro, en todo lugar que me fuera posible, él no hacía intento por defenderse, en su lugar reía con una demencia que me aterraba, en cada golpe que le propinaba moría un poco de mí, moría poco a poco, morían mi cordura y mi yo, en sus ojos se percibía una satisfacción que me helaba los huesos, me estremecía y masacraba. -¡Aprende a morir! ¡Que muera lo superfluo! ¡Muere! ¡Muere!- Gritaba el hombre entre risas, la sangre bañaba su rostro mientras el cascarón se estremecía y mi yo nacía. Decidí desistir, dejar al hombre oculto tras el rompeolas y dirigirme a mi auto, conduje a mi hogar y una vez allí me recosté sobre el sofá, encendí el televisor y repasé en mi mente una y otra vez las palabras de aquel mendigo hasta que el sueño me derrotó.

Ha pasado el tiempo, las cosas han cambiado un tanto, hoy sigo sin creérmelo del todo, es increíble la manera en que la vida juega a los dados, es increíble como seres sin aparente importancia tienen la sutileza de derrocar todo aquello en lo que crees y someterte. Empiezo a pensar que aquel hombre después de todo tenía razón, hay que comenzar por liberar lo superfluo, ¿Que es jodido? Ya lo sé, pero ¿Qué no lo es después de todo? Es jodido intentar ser amable y contemplar como el desalmado, impuro y vulgar bebe mi vino, deshonra a la mujer y traga mi queso; es jodido contener esa locura que carcome el ser y me incita a maldecir cuanto nombre mis labios pronuncien, empiezo a percibir el aroma a perdición que se respira en las calles, empiezo a aborrecer lo terrenal. Hoy mi gran elocuencia pone el pan en mi boca, es mi habilidad de discurso lo que me permite respirar, sangrar y comer.

…veo a un hombre acercarse con paso temeroso, sus ojos emanan desprecio, pasa frente a mí, extiendo mi mano y escupo mi frase preferida, esa frase que ha sido mi fiel compañera los últimos días, semanas, meses o años quizás: No importa la moneda, sino la buena voluntad…


1 comentario:

meliza dijo...

me gusto mucho osmar cada día escribes más bonito por así decirlo jaja :P muy tu